jueves, 31 de marzo de 2011

Apuntes (LXXXV): Un rato con los chupasangre

Aún siento un rescoldo de miedo cuando me pinchan para sacarme sangre, herencia de aquellos terrores infantiles de penicilina y estreptomicina con agujas esterilizadas a la llama en una especie de lata de sardinas donde el practicante vertía alcohol. Parece que lo estoy oliendo. Recuerdo con todo detalle la cara del practicante de mi barrio, canoso, adusto, con una sonrisa heladora que más que tranquilizarme me angustiaba. En una ocasión, tendría yo seis o siete años, salí huyendo despavorido escaleras abajo y me atraparon ya en la calle como a un conejo huyendo de la escopeta del cazador. También había en el barrio una practicante gorda, rubicunda, con aspecto bonachón y que siempre olía a cloroformo. Ella me resultaba aún más cruel, pues me ejecutaba igualmente pero con la sonrisa en la boca. Creo que se llamaba Loli, o Conchi, o algo así. Su cara es lo que no se me olvida. Tenía cierta amistad con mi madre, y cuando nos la encontrábamos por la calle se paraba a hablar con nosotros con gran espanto mío. Yo permanecía agazapado, receloso, y no respiraba hasta que la veía marchar ufana con sus andares de oca. Todavía tiemblo al recordar esas torturas que comenzaban cuando el médico, también amigo, también paternalista, me recetaba unas dosis de inyecciones, que se compraban en la farmacia y venían envueltas en una caja grande, casi lujosa, innumerables ampollas que prometían otros tantos gritos de dolor, alineadas como si fueran misiles que tenían como diana infalible mi pobre culito dolorido.

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Y ahora estoy aquí, en el centro de salud (no existe nombre más aséptico), aguardando a que me saquen sangre, y engaño mi miedo escribiendo en el diario.

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Los recuerdos de la infancia son de lo menos literario que existe, pero los adornamos tanto, los teñimos con una pátina de melancolía tan hermosa y entrañable, que se convierten en historias de aventuras o relatos líricos de los que somos los protagonistas.

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Panero, Gil de Biedma, Foxá... poetas marcados por la sombra fascista, por el sino político de su patria, como lo fueron Alberti, Cernuda o, de manera póstuma, Lorca y Miguel Hernández. Poesía impura por comprometida, o eso dicen quienes no los leen. Alma desnuda, como todos. Vida, amor, belleza y dolor. Poesía limpia que se mira en el espejo de Juan Ramón.

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Al escribir en el cuaderno quedan los tachones como testigo del trabajo literario; se ve el armazón del texto. En el ordenador, sin embargo, lo borrado desaparece; todo es inmaculado; se ve únicamente el resultado, como los pasteles de un obrador expuestos en el mostrador, mientras detrás de la puerta cerrada se perciben apenas los sudores exhalados en una madrugada de trabajo duro y noble.

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Ya me han pinchado, y yo aquí como un tonto contándolo en el diario. Entré con aprensión, extendí el brazo izquierdo, me palparon un rato y me dijeron que me descubriera el derecho. Nada. Consulta con la otra enfermera; parece que hoy mis venas no están precisamente rebosantes. Encuentran una pequeñita y me dicen, ante mi horror, que lo van a intentar. Trato de bromear, y les digo que anden con cuidado no vayan a ensartarme la vena. Me miran con lástima. Aprieto los dientes, cierro los ojos y el puño y siento, más que un pinchazo, una desagradable y dolorosa invasión en mi antebrazo. Esparadrapazo. Ya está. Me despido, un poco avergonzado pero contento, no de mi gallardía, sino de que todo ha terminado.

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Sí que ha cundido mi periplo vampiresco. Me alegro mucho de haber traído el cuaderno. No se hubiera perdido nada para la posteridad, así entendida como algo homérico, pero sí para mi posteridad y la de mi diario.

9 comentarios:

Dyhego dijo...

Mosieur RIDAO:
Cuando me bajama mi madre a Murcia al médica, iba yo todo el trayecto llorando: "mamá, dile que no me mande inyeciones".
Ahora comprendo que ella lo pasaría peor que yo.
A mí los pinchazos me dan "tiricia" y para vencerlos me hice donante de sangre. Nunca miro la aguja. Extiendo el brazo, pongo cara de maxote y que sea lo que Dios quiera...
En cierta ocasión que me operaron, me decía el médico que si miraba la lámpara que habia sobre mi camilla del quirófano, podía seguir la operación.
¡Y una mierda que se coma vd! me dieron ganas de decirle.
De hecho, en las películas de casquería fina, víscera y demás, siempre me tapo los ojos cuando aparece el descuartizador de turno troceando víctimas...
¡Uf, saguinosos estamos hoy!
Salu2, maxote, t'has portao.

No cogé ventaja, ¡miarma! dijo...

Lo bueno cuando te van a sacar sangre, es que les cueste trabajo encontrarte la vena.
Figúrate que nada más entrar te vean el venazo.
Machote, torero.

Liliana G. dijo...

¡Pardiez, Ridao! Yo tengo los mismos horrorosos recuerdos infantiles, de aquellas inyecciones dolorosas.
Ahora, que me saquen sangre no me molesta en lo más mínimo, tampoco es que me guste, claro, pero ha dejado de impresionarme. Salvo el año pasado que me hicieron el chequeo para el trabajo. Madre mía, dejaron la aguja puesta y llenaron ¡cinco tubos! Eso fue alta traición, pero disimulé con estoicismo.

Si la poesía de Cernuda, Lorca, Hernández y los otros, es impura, soy una gran pecadora.

Si vieras mis tachones en el papel, no lo creerías.

Besos incólumes de tachones y de pinchazos.

Rocío. dijo...

Hay que vé Ridao,mira que tenerle miedo a una inyección de ná,con lo mayor que eres,y encima calvo,vamo como que no te pega,yo recuerdo aquellas vacunas,en el hospital militar de Málaga,que tenía pinta de manicomio,de la mano con mi madre,por unos pasillos largos,lúgubres,con olor a medicina,pero yo tan campante,yo nunca he tenío miedo de ná,me pinchaban,y salía tan tranquila,es que yo era mú buena entonces,ya de mayor es cuándo me he hecho mala.
Un beso inyeccionero.

Elías dijo...

¡Hostias, Ridao, qué miedo!
y cómo me has retratao: a mí me sucede lo mismito; veo una aguja y me entran unos sofocos que pa qué.
Parece mentira, unos hombres hechos y derechos.
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Mi practicante, cuando yo era un niño, se llamaba Fermín.
Y encima era cojo.

Y me acuerdo ahora de que entonces decíamos "indiciones". (!Anda, mira, pa el diccionario andurrialero!).

Abrazo.

José Miguel Domínguez Leal dijo...

Gracias por traerme esos recuerdos del practicante. ¡Vaya ratos!
Un abrazo.

soylapaqui.com dijo...

Ridao,cariño yo tampoco le he tenido miedo al practicante nunca,y también me vacunaba en ese hospital,que tan bien ha descrito la Rocío,parecía un manicomio,y olía a alcanfor,pero las agujas nunca me han dao miedo,ni las unas,ni las otras.

Paco Principiante dijo...

¿Otro que se ha hecho el reconocimiento médico hoy? Yo acabo de quitarme el esparadrapo con el algodón ahora mismo.
A mi también me daba pánico que me pincharan el trasero. Pero ahora, al igual que ha dicho Dyhego, como me hice donante (tengo el solicitado 0 negativo), hasta felicito a los que me pinchan bien.
¿Y no te han hecho electro? ¿Audiometría? ¿tensión?....

José Miguel Ridao dijo...

Gracias, Dyhego, tú me comprendes, pero me superas: yo no dono.

Pues no lo había visto por ahí, Rafael, ya decía yo, si es que me salgo de la pelleja de lo machote que soy.

Más besos de vuelta, Liliana. Yo no tacho mucho, creo que debería hacerlo más.

Qué valentía, Rocío. Reconozco que ahí yo no daba la talla.

Lo de cojo es clave, Elías. Es como si te pincha el jorobado de Notre Dame. Gracias por las palabras, voy a retomar el diccionario en breve.

No hay de qué, tocayo. Ahora, visto en la distancia, hasta sentimos melancolía.

Paqui: las malagueñas parece que sois unas machotas (en el buen sentido).

Qué va, Paco, sólo el pinchazo, y gracias. Yo, por si acaso, no he preguntado si había que hacer más cosas. ¡Los muertos de las indiciones!

Abrazos.